- Basta de tuitear fotos de gatos.
- Ponga fotos de su cara cada semana para no tener que estar bajando en la galería hasta poder encontrar su cara de imbécil y poder amarrarla mentalmente al mismo comentario que me mandó a buscar su cara en primer lugar.
- No ponga metáforas o similares, son pajasos del intelecto (Ya lo sé, eso también es una metáfora).
- Si se pelea con alguien, no ande agregando a otros a su pelea porque, igual que en la vida real, lo van a dejar solo, como borracho belicoso.
- Twitter odia a Instagram, no intente ni sentarlos juntos.
- No le ande chismoseando cosas ni al Presidente ni al Alcalde.
- Los selfies son para Instagram (regrese al punto 4)
- No de pésames en Twitter, para eso está Facebook.
- Si tuitea sobre moral y buenas costumbres, procure que su avatar no sea un escote.
- Deje de recordarle a algún famoso el hecho de que no le ha contestado una mención. Usted es, literalmente, uno en un millón.
God only knows que no me gusta la playa. Para ser más preciso: no me gustan ni el sol ni la arena. Culpo de este sacrilegio (por ser guayaquileño) a mi genética. Sobre todo, el asunto del sol. Mi piel no conoce el bronceado, sino que pasa de pálido a rojo camarón. Además, tiene la función que tiene la cola en los perros: no me deja esconder mis emociones. Ahora, la arena. La arena es otra cosa. Esas diminutas partículas que persisten por meses en la ropa que tenga la desgracia de tener contacto con ella y se cola en los zapatos para fastidiar eternamente. Pero el mar es lo único que me produce atracción de todo ese conjunto. Y tiene la capacidad de hacerme olvidar del sol y la arena y disfrutar las olas. Brian Wilson es el mar. Su música nos pintó siempre una California playera que nunca existió realmente, pero no en la forma acartonada y decadente que puede hacer Hollywood, sino como una idea idílica de surf, bikinis y little deuce coupés, tanto como los sueños ...