God only knows que no me gusta la playa. Para ser más preciso: no me gustan ni el sol ni la arena.
Culpo de este sacrilegio (por ser guayaquileño) a mi genética. Sobre todo, el asunto del sol. Mi piel no conoce el bronceado, sino que pasa de pálido a rojo camarón. Además, tiene la función que tiene la cola en los perros: no me deja esconder mis emociones.
Ahora, la arena. La arena es otra cosa. Esas diminutas partículas que persisten por meses en la ropa que tenga la desgracia de tener contacto con ella y se cola en los zapatos para fastidiar eternamente.
Pero el mar es lo único que me produce atracción de todo ese conjunto. Y tiene la capacidad de hacerme olvidar del sol y la arena y disfrutar las olas. Brian Wilson es el mar.
Su música nos pintó siempre una California playera que nunca existió realmente, pero no en la forma acartonada y decadente que puede hacer Hollywood, sino como una idea idílica de surf, bikinis y little deuce coupés, tanto como los sueños sinfónicos más lisérgicos de Pet Sounds y S.M.I.L.E.
Yo feliz me hubiese revolcado surfeando en las olas que nos contaba Brian. Y tantos millones más. Porque a pesar de la utopía, su música nunca abandona esa ansiedad adolescente. Como algún día dijeron de los Beatles, nos provocan ese miedo de estar siendo testigos del nacimiento de nuestras nostalgias.
Y como es habitual, llegué a su música sin darme cuenta, pero si tengo que acordarme de un lugar y tiempo, fue la primera vez que tuve en mis manos un vinil de los Beatles que mi mamá consiguió en una venta de garage en Estados Unidos (esa es otra historia que merece su propio espacio). Cuando saqué el disco, el sobre que lo protegía venía impreso con anuncios de otros discos, y uno de ellos era Surfin' USA. Por algún motivo despertó mi curiosidad y de regreso a Guayaquil, me encontré con un recopilatorio que tenía la que vino a ser mi primera obsesión con la música de los Beach Boys: Barbara Ann.
El ambiente de fiesta, informal de la grabación es algo que hasta ahora me sigue influenciando a la hora de crear. Esa capacidad de meter una obra de arte rebosante de talento sin perder la alegría. Los errores hechos diamante, las risas...
Luego la vida me llevó al misterioso Pet Sounds, que era más que un disco, un mito. Era el disco que influenció a los Beatles para hacer el Sgt. Peppers. Nada más y nada menos. Ya cualquier cosa que podamos agregar a esta historia es un adorno. Brian influenció a los Beatles. Say No More.
Pero si puedo seguir un rato más, solo me queda contar una anécdota linda que me regaló la vida. Mi esposa cumplía años y en esa época yo estaba tocando con mi banda Luciérnaga, así que lo que correspondía era una tocada, con bastantes músicos, en la terraza de mi casa en Bellavista.
Uno de esos músicos fue mi amigo Mariano Cruz, un talento impresionante y una enciclopedia musical viviente, sobre todo de los Beatles. Así que ya entrada la noche, en ese momento en que la tocada se vuelve peña, Mariano agarró la guitarra de Billy, una Epiphone SG nuevecita, roja, hermosa y haciéndose de rogar un poco, se dispuso a tocar.
Cuando todos nos esperábamos algo del catálogo McCartney-Lennon, Mariano nos sorprendió:
La fiesta que se enciendió luego de eso es digna de otro cuento, pero solo quería contarles que esa es la magia de la música. Cuando suenan esas notas que escribió un adolescente a miles de kilómetros sobre surfear en una playa en California y la disfrutan un grupo de veinteañeros en otro tiempo y distancia, por lo menos durante un momento viajar en el tiempo y el espacio no es ciencia ficción.
Todo eso nos ha regalado la música de Brian. Y sí, desde hoy solo Dios sabe qué vamos a hacer sin su talento. Pero creo que él mismo nos dio la respuesta:
Don't worry baby
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