Si me tocara definir uno de los momentos musicales que me cambió la vida, seguramente en la lista estará el día que escuché Bienvenidos al tren en un CD player en Salinas.
Una mañana, mientras todos mis amigos aún dormían, me senté y vi un disco amarillo: Confesiones de invierno. Lo puse bajito y desde el primer acorde, todas mis inquietudes de repente tuvieron sentido. Quizás esta es la historia de cómo dos adolescentes en Buenos Aires en 1973 me dieron un camino.
Hacer música, hablar de tristeza, cantar sobre el frío y de una chica atrapada en un derrumbe, en el calor de una playa que nunca fue lo mío, me daba ese escape, pero además me daba sentido.
Años después, regresando de ver a los Smashing Pumpkins en Quito (otro sueño cumplido de ese mismo Dany de 16 años), me pasó algo que nunca imaginé.
En una de esas filas eternas de aeropuerto, noté a un señor mayor con pinta de turista extranjero, (de esos que vienen al tercer mundo como cuando uno va a un museo) estoico y tranquilo como todos los que esperamos abordar.
Mientras mi esposa y yo hacíamos fila para entrar al VIP (gracias a mi pana Freddy que nos ayudó a entrar), el señor me pregunta en perfecto español argentino:
—Disculpe, ¿este es el lounge?
Al escuchar esa voz, y tratando de superar el shock de que tenía frente a mi uno de los papás del rock en español, me animé a contestarle, que sí que ese es el lunge, y sin dudar le pregunté:
—Disculpe... ¿usted es Nito Mestre?
Asintió y me dio la mano.
Solo atiné a darle las gracias por su música y a pedirle la foto que estoy compartiendo.
Y hoy solo puedo pensar que ahí de verdad cerré un círculo para el Dany de 16 años que fue a ver a Smashing Pumpkins y terminó su viaje dando la mano a la mitad de Sui Géneris.
Por eso y más, gracias Nito y Charly por crear un mundo donde siempre vuelvo a tener 16 años.
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