Hay muchas historias alrededor de mi canción Para qué. Algunas me las han contado como si yo fuera un espectador más. Y eso es lo bonito de las obras: salen a la calle y dejan de ser tuyas. La gente las hace suyas, las habita, les da otro sentido.
Yo solo quiero compartir mi reflexión con el paso del tiempo, desde el lugar del creador. En la época en que la escribí, la llamábamos entre nosotros "la canción del suicidio". La letra no dejaba mucho espacio para pensar otra cosa. Así la presenté, con toda la carga que eso implica, sin suavizar nada.
Con los años, surgieron algunos mitos alrededor de la canción que me generaron culpa. Sentía que se había malinterpretado el mensaje. Pero como pasa con el arte, una cosa es lo que uno dice, y otra muy distinta es lo que los demás escuchan —y en el fondo, eso también está bien.
Hoy veo a Para qué como una canción sobre el hastío. Ese hastío que no es más que el aburrimiento llevado al extremo, una especie de saturación existencial. La compuse en el cuarto de mi abuela, en mi casa en Bellavista. Tenía la guitarra en las manos y, de fondo, la tele pasaba uno de esos programas de "pornomiseria" peruanos que estaban de moda en ese tiempo. Todo era queja, miseria espectacularizada.
Ahí se me ocurrió hacer una canción que contestara a eso desde el cinismo.
Conan O'Brien, al despedirse de su show, dijo que el cinismo era su cualidad menos favorita. Coincido. No me retracto de usarlo como humor —de hecho, lo disfruto—, pero cuando se convierte en una forma de vivir, no lleva a ningún lado. Es parte de esa cultura de la queja donde todo está mal, pero nadie propone nada.
Para qué es eso: una queja, sí, pero también una respuesta. Una especie de espejo sarcástico frente a la desesperanza. Como muchas de mis canciones, la escribí para decirme algo a mí mismo. Solo que esa vez, fui un poco más sarcástico que lo normal.
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